4º CAPITULO: EL RENCOR
Al rencor lo defino como un tóxico que provoca un constante envenenamiento psíquico alimentado por el instinto, cobrando volumen como pensamiento obsesivo, condenando al sujeto a una prologada tortura.
El prisionero del rencor rara vez guarda memoria de los hechos y cosas que lo han beneficiado brindándole satisfacciones y alegrías, en cambio recuerda con ánimo sombrío todo aquello que le ha sido adverso, es un resentido capaz de pasar su vida alimentando ese sentimiento de encono que lo corroe.
No repara en que el mal que ansía para otros se vuelve contra él inevitablemente, ya que debe soportar la angustia de una situación que a veces sólo termina con la muerte.
El rencoroso no guarda gratitud para con nadie, es incapaz de oír las falsas razones que lo asienten y aconsejan, descarga sus sentimientos contra sus semejantes acechando en silencio y con disimulada actitud, espera la ocasión de devolver el mal que a su juicio se le hizo.
Cualquier desgracia o contratiempo que caiga sobre la persona que es blanco de su despecho, es equivalente a su propia venganza. Sentimiento que siempre denuncia una inferioridad moral dejándose arrastrar por esa influencia negativa y oscura.
La intención del rencoroso es perjudicar de algún modo a aquel que, con o sin motivo, provocó su resentimiento. Esto prueba la fijeza del pensamiento que define esta deficiencia. Siempre se está a tiempo de corregirla y, como ejemplo, oponer a la misma LA BONDAD, lo que es lo mismo dejar que se manifieste el sentimiento de plenitud frente a lo bello y grato a los ojos de la sensibilidad.
El buen sentimiento hará desaparecer los efectos del rencor con sólo pensar que es preferible ser acreedor y no deudor, es decir, nos hará experimentar la sensación de paz y liberación, de sabernos seguros y de no cometer aquellas faltas que antes censurábamos en nuestros semejantes.
Quien se entregue a la tarea de dominar esta deficiencia, transformará en oasis de paz su infierno interior.
Con respeto, como siempre
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